viernes, 24 de febrero de 2012

Isla Ignorada

Soy como esa isla que ignorada
Late acunada por árboles jugosos
-en el centro de un mar
que no me entiende,
rodeada de NADA,
sola solo-.
Hay aves en mi isla relucientes
Y pintadas por ángeles pintores,
Hay fieras que me miran dulcemente,
Y venenosas flores.
Hay arroyos poetas
Y voces interiores
De volcanes dormidos.

Quizá haya algún tesoro
Muy dentro de mi entraña.
¡Quién sabe si yo tengo
diamante en mi montaña,
o tan sólo un pequeño pedazo de carbón!
Los árboles del bosque de mi isla
Sois vosotros, mis versos.
¡Qué bien sonáis a veces
si el gran músico viento
os toca cuando viene del mar que me rodea

A esta isla que soy, si alguien llega,
que se encuentre con algo es mi deseo
-manantiales de versos encendidos
y cascadas de paz es lo que tengo-.
Un nombre que me sube por el alma
Y no quiere que llore mis secretos;
Y soy tierra feliz -que tengo el arte
De ser dichosa y pobre al mismo tiempo-.
Para mí es un placer ser ignorada,
Isla ignorada del océano eterno.
En el centro del mundo sin un libro,
SÉ TODO, porque vino un misionero
Y me dejó una Cruz para la vida
-para la muerte me dejó un misterio-.

 (Gloria Fuertes, De Isla Ignorada. 1999)

lunes, 6 de febrero de 2012

La verdecilla


Tras unos años pasados en Madrid en la Resudencia de Estudiantes, el joven poeta enamorado regresa a su Andalucía natal donde escribe la parte más risueña y luminosa de su producción, la que publicaría (parcialmente) en sus Cuadernos y en la antología Canción entre otros libros. Se trata de escritos alegres, divertidos y jubilosos que, debido a la guerra civil de 1936, nunca más compondrá, pero que influyeron en otros jóvenes poetas que siguieron a Juan Ramón como a su maestro.
En esta cancioncilla, el poeta recrea la tradición popular de versos cortos, de siete y ocho sílabas, monorrimos, asonantados y con repeticiones, dándole un aire modernista en el gusto por los colores y, dentro de este, por la monocromía. También se advierte un cierto toque surrealista que fue muy apreciado por autores como Federico García Lorca, que se inspiró en este poema para su conocido Romance sonámbulo ("Verde que te quiero verde").
No hay por qué interpretarla como un símbolo de nada, pero mi corazón de profesor le abre también una puertecita verde a esta niña verde...


LA VERDECILLA
Verde es la niña. Tiene
verdes ojos, pelo verde.
Su rosilla silvestre
no es rosa ni blanca. Es verde.
¡En el verde aire viene!
(La tierra se pone verde)
Su espumilla fulgente
no es blanca ni azul. Es verde.
¡En el mar verde viene!
(El cielo se pone verde)
Mi vida le abre siempre
una puertecita verde

Juan Ramón Jiménez